JOTA JONES Y GABINO BARRERA
por Juan Jorge Faundes Merino
(Cuento diciembre 2023-abril 2024)
Es la hora de la
siesta y sentado frente a su computador Jota Jones cabecea con porfía hasta que
estrella la frente contra el teclado. El simultáneo estallido del vidrio de la
ventana lo despierta de la modorra. A su derecha, Williams
Burroughs luce un orificio entre ceja y ceja. Era una fotografía del
escritor sacada de la portada de una revista gringa. Unos centímetros más allá,
Bukowski mira burlón a Williams Burroughs desde la carátula de un CD. Se le
vino a la cabeza la imagen de cuando un día de septiembre de 1951 Burroughs
borracho y drogado le dijo a su esposa Joan Vollmer: ¿Recuerdas a Guillermo
Tell, el arquero que disparó a una manzana encima de la cabeza de su hijo? Joan asintió. Burroughs colocó un vaso sobre la cabeza de Joan. Y disparó. La
bala se alojó en la sien de Joan.
—¡Mierda! —murmura
Jota Jones—. Si no cabeceo me mata.
Gira la cabeza
hacia las Torres de Tajamar. Están doscientos metros a su izquierda, junto a la
ribera Este del río Mapocho. Al fondo, la imponente cordillera de Los Andes,
imagen típica de Santiago de Chile.
—Sí —dice, porque
a estas alturas de su vida, habla solo—. Pudo ser desde alguna de aquellas
ventanas.
Hegelita,
su gata, duerme sobre un cojín encima de un librero junto a
la ventana por donde entró el proyectil.
—Te salvaste, mi amor —le dice. Sus
otros dos felinos, Kant y Nahual, no estaban allí en ese
instante.
De pronto, el
plomo de la bala se desprende del muro, cae sobre su viejo tocadiscos, lo
activa, y el vinilo comienza a girar bajo la aguja:
Gabino Barrera no
entendía razones andando en la borrachera / Usaba pistolas con seis cargadores
le daba gusto a cualquiera. // Usaba el bigote en cuadro abultado, su paño al
cuello enredado/ Calzones de manta, chamarra de cuero, traía punteado el
sombrero…
El corrido de
Gabino Barrera, compuesto por Víctor Rafael Cordero y cantado por Antonio
Aguilar y Vicente Fernández, entre otros intérpretes, no sólo era su favorito,
sino que lo identificaba de tal modo que en ocasiones lo usaba de seudónimo en
sus aventuras como detective privado.
Sus pies
campesinos usaban huaraches y a veces a raíz andaba / Pero le gustaba pagar los
mariachis la plata no le importaba.// Con una botella de caña en la mano
gritaba "Viva Zapata!" / Porque era ranchero el indio suriano, era
hijo de buena mata…
Recuerda aquella
borrachera en ciudad de México, en la Plaza Garibaldi, con un amigo académico
de la Universidad de Guadalajara. A la vez de empinarse al seco un tequila cada
uno, requerían una y otra vez a diferentes mariachis: “¡Gabino Barrera!”, pedía
él. “¡Caballo negro azabache!”, su amigo académico. Del seminario sobre
Criminalística en el que participaban, no recuerda mucho.
En la estantería,
repleta de libros y objetos: una botellita con escombros del Muro de Berlín que
le trajo de Alemania su amada Sísifa; una estrella de los Rangers de Arizona que
le regaló una amiga gringa, y un Octaedro de cuando hacía yoga, observa —junto
a El Almuerzo Desnudo y Ciudades de la Noche Roja—, una botella
de tequila reposado Los Arango que estaba allí desde hace años y que nunca
había querido abrir. Gira la cabeza hacia la ventana rota. Vuelve a mirar el
orificio de Burroughs entre sus cejas. Y toma la decisión.
—¡A
tu salud, William ! —le dice.
El vinilo no cesa
de girar.
Era
alto y bien dado, muy ancho de espaldas, su rostro mal encachado / Su negra
mirada un aire le daba al buitre de las montañas.// Gabino Barrera dejaba
mujeres con hijos por dondequiera / Por eso en los pueblos donde se paseaba se
la tenían sentenciada.
Ahora,
Burroughs
le está dando una pista:
—Cut Up —murmura—. Cut Up
—¿Qué dices? ¿No estás muerto?
—Cut Up, Cut Up, Cut Up…
—¡Gracias!
—dice.
Deja
la botella de tequila ya vacía y se abalanza sobre la ruma de diarios El
Mercurio que tiene a su izquierda. Cut Up, Cut Up, Cut Up…Y comienza
a recortar frases, oraciones, párrafos y a unirlos aleatoriamente generando
nuevos contenidos y sentidos, buscando que la intuición caótica y el flujo
creativo libre fueran dando respuesta a su interrogante central: ¿Quién y por
qué le disparó? ¿También se la tenían sentenciada? ¿Quién? ¿Quiénes?
El
resultado del Cut Up es intraducible: Adiós calle San Pablo con Matucana.
Santiago estuvo a punto de desaparecer por el ataque alienígena. Antiguos virus
salieron asustados a las calles. Sus besos son los culpables. No ser su amante
eterno será mi infierno. En la cuenca de Santiago se establecieron la rosá, la rosá con el clavel, las
enanas rojas, la fosa del Pacífico, el calentamiento global, sin medir las
consecuencias, señora. Señora la estoy llamando. La chicha y el vino giran en torno. ¡Vuelvan a la vida! ¡Sabores a
dietas del pasado, a planetas Tierras, a zonas habitables, en damajuana si ayayay!
—Mmmm…—dice—. Sí… Sí… Debo hacer un nuevo intento.
Profesora de
astronomía halla cuentos de hadas en exoplanetas; los perros lamedores oliscan al abanderado
que se convierte en arrollado de ictiosaurio; el Unicornio Azul dirige el
tránsito en Nueva Providencia; un diario
ladra que los Presidentes usan telescopios de contacto; el policía malo y el
policía bueno se desternillan de la risa. Y también sus Altezas Reales los
Príncipes Herederos y los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático.
—¿Y qué? —se
pregunta.
El tocadiscos no
se cansa de girar y girar y repetir la canción una y otra vez:
Recuerdo una noche
que lo asesinaron, venía de ver a su amada / Dieciocho descargas de máuser
sonaron sin darle tiempo de nada. // Gabino Barrera murió como mueren, los
hombres que son bragados./ Por una morena perdió como pierden los gallos en los
tapados.
—No… No… hasta
aquí llegamos, compadre. ¡Se levanta la sesión! No voy a esperar las dieciocho
descargas de máuser. Cambiaré el tema. Y saca otro vinilo reemplazando a Gabino
Barrera con El Gorro de Lana, canción chilota de Jorge Yáñez:
¡Desata la lancha
/ Que voy pa' Quellón! / ¡Échame la jarra / Y echa el acordeón! / Ya no quiero
penas / Ni falsa pasión / Voy pa' Quellón, voy pa' Quellón / En busca de un
nuevo amor...
—¡Ah! ¡Ya!
—reflexiona. Debo buscar la respuesta en Chiloé.
Entonces, Jota
Jones monta en su viejo, amado y querido Nissan V16 1.6 Ex Saloon 1995 motor
tapa roja —japonés original según los expertos—, rumbo a su nueva aventura.
Éstas siempre comenzaban así, sin mayor objetivo, sin una meta clara, aplicando
los sagrados principios de la Teoría del Caos. Una bala siempre va hacia
adelante, eso está claro, no puede retroceder salvo que impacte en un obstáculo
y rebote. Pero tiene un amplio abanico de posibilidades según las pequeñas
alteraciones del pulso que pueden originar grandes cambios en la trayectoria.
¡Un efecto mariposa! Así ocurría con él.
Se imaginó
llegando a Quellón, Isla de Chiloé, el kilómetro Cero de la carretera
panamericana donde ya, hace un poco más de doce años, había estado en un rally
de placer con su amada Sísifa que, entre los múltiples y variados viajes
propios de su trabajo, lo invitó a descansar manejando esos 1.280 kilómetros.
Le gusta manejar a Jota Jones. Lo relaja.
Además de tener
siempre presente a su amada, como todo caballero andante que hace honor a su
oficio, Jota Jones imaginaba las ardientes y peligrosas peripecias que le
esperarían en esta nueva aventura buscando a los que le dispararon. “¡Cruza las
grandes aguas!”, le había dicho el I Ching. Y eso era un muy buen pronóstico.
Así que, ahí iba. Rumbo a… Un semáforo lo distrajo… Miró. Estaba… ¡Frente a las
Torres de Tajamar! A metros de su departamento cruzando el río Mapocho. Tenía
una resaca horrible. ¿Cómo condujo hasta allí? No lo sabe… Pero no era un
semáforo lo que lo detuvo. Eran las balizas rojas de vehículos policiales y
ambulancias. Entró en pánico. ¿Qué hice? ¿Qué tragedia provoqué en este estado?
Entonces, una llorosa anciana se asoma por la ventanilla del Nissan.
—¿Es usted
policía? ¿Periodista? ¡Por suerte lo detuvieron, señor!
—¿A quién
detuvieron?
—Al francotirador.
Mató a una docena de personas disparando al azar.
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